Transcribimos este artículo de Helena Gonzalbes García (Universidad de Granada) y Enrique Gonzalbes Cravioto (Universidad de Castilla la Mancha) publicado en las Actas del VI Encuentro de Arqueología del Sureste Peninsular editadas en diciembre de 2013 por Javier Jiménez Ávila, Macarena Bustamante y Miriam García Cabezas.
"Gaspar
Barreiros (1495 aprox. – 1574) fue un erudito y sacerdote portugués, natural de
Viseu. Formado por su tío Juan de Barros, que era un gran erudito muy
interesado por la geografía, por cuenta de quien viajó a Francia y a Italia a
consultar documentos. Alcanzará una gran formación clásica y humanística, que
desarrollará cuando se hizo sacerdote a la vuelta del mencionado viaje. Fue
canónigo de Viseu y más tarde de Évora. Su gran valor intelectual lo demostrará
con el rechazo de las primeras crónicas falsas (Beroso Chaldaeo, Manethon
Egypcio y Fabio Pictor Romano) que comenzaron a infectar la Historia Antigua
española y sobre las que publicó su volumen de Censuras sobre quatro livros
intitulados em M. Portio Catón de originibus, em Beroso Chaldaeo, em Manethon
Egyptio e em Q. Fabio Pictor Romano (Coimbra 1561). Mostrará así un sentido
crítico que recordará más de un siglo más tarde Masdeu (Caro Baroja 1992: 70).
La
principal obra de Gaspar Barreiros es la titulada Chorographia de alguns lugares
que stam hum caminho…, publicada en Coimbra en el año 1561 (Fig. 1). En
esta obra Barreiros describe los lugares del camino por los que fue transitando
y relata el viaje realizado en el año 1546, por mandato del infante D. Enrique,
a Roma para agradecer al Papa Paulo III el haber elevado a cardenal al infante.
La descripción de ese camino parte de Badajoz y, pasando por Madrid, Zaragoza y
Barcelona, saldrá de España por Perpiñán. Naturalmente, prescindi-mos del
relato acerca del conjunto del camino y centraremos de forma exclusiva nuestra
atención en la parte correspondiente a la visita a la ciudad de Mérida, y más
en concreto a la percepción de Barreiros acerca de los monumentos romanos de la
misma.
La
obra narrativa de Gaspar Barreiros está relativamente poco manejada por parte
de los investigadores en relación con Mérida, aunque es cierto que hay alguna
referencia suelta en los estudiosos referida a alguna construcción singular,
aunque en su día Álvarez Sanz de Buruaga (1958) integró un breve análisis en su
estudio sobre los viajeros por Mérida. En cualquier caso, la obra es conocida
en España sobre todo a partir de la versión española recogida en la monumental
colección de viajeros de extranjeros por España y Portugal de José García
Mercadal. Alguna mayor atención le ha prestado Carlos Morán Sánchez (2009) en
su magnífico libro sobre las ruinas y las antiguallas emeritenses en las
visiones de algunos escritores. En nuestro caso hemos trabajado con el volumen
original en portugués.
La
descripción de Mérida se encuentra en las pp. 13-28 de la extensa obra de
Gaspar Barreiros, pero hasta aproximadamente la mitad se trata de una digresión
sobre las fuentes y la antigüedad. El clérigo portugués contraponía la grandeza
de Mérida en época romana con la situación de postración de la población en su
época, cuando estaba reducida a muy pocos habitantes, que calcula en unos mil
vecinos, afirmando que en esa época Mérida carecía de murallas, y además, sus
edificios eran pobres, con la excepción de la morada de alguna familia
nobiliaria. Esta visión de Mérida corresponde en cierta forma a la que
conocemos por otras fuentes.
En
todo caso, después de hablar del emblemático personaje de Santa Eulalia, y
destacar las citas de la ciudad de Mérida por Ausonio o por Pomponio Mela,
afir-maba Barreiros los siguiente: “parece
cousa verisimil ser Merida fundada pouco ante da encarnaçam de nosso Señor,
porque quando elle naceo, ja ó mundo stava sossegado em paz, e Octavio tinha
deixadas as armas”. Después de ello pasa a describir los distintos
monumentos antiguos de Mérida, que iremos recogiendo de acuerdo con sus propias
palabras. Constituye un magnífico documento, como Anton Van der Wingaerde lo es
en el terreno gráfico, sobre la situación de los monumentos en el siglo XVI, y
acerca de la percepción de los mismos.
En
lo que respecta a las inscripciones de la época romana, afirmaba Gaspar
Barreiros que tenía noticias de la existencia de muchas de ellas, pero que no
les había dedicado una especial atención, lo que sin duda nos impide hoy tener
lecturas de piezas quizás posteriormente perdidas. Pese a todo, debemos tener
en cuenta según narraba en 1551 Gaspar de Castro, en Mérida pudo ver muchas
menos inscripciones de lo que esperaba, y de no buena calidad en el soporte,
puesto que muchísimas de las valiosas habían sido transportadas a otros
lugares, y cita el caso del conde de Osorio que se había llevado nada menos que
70 carretas, con mármoles e inscripciones, como cantera para la construcción
del monasterio de Galisteo (Cáceres) (Morán 2009).
El
primer monumento romano considerado por Barreiros, como no podía ser de otra
forma, es el puente romano (Álvarez Martínez 1983), en la medida en la que con
el cruce del río daba paso a la ciudad. El puente es obviamente una obra
absolutamente espectacular por sus dimensiones, que según los estudios en la
antigüedad era de unos 755
metros de longitud y tuvo unos 62 arcos. Sobre esta magna obra señalaba Barreiros lo siguiente en
su obra: “esta Merida assentada en lugar campestre ao longo da riberira de
Guadiana, á qual passam por hua hermosa e comprida ponte feita de mui grossas
pedras de cantaria, na architec-tura da qual se conhece bem ser obra de
romanos... Tem mas de LXX arcos. Iujnto â cidade quebrou, e este pedaço
refezeran pouco â, torcendo á ponte per hua parte....Acima d´esta ponte avia
hun Talhamar, ó qual e hum edificio feiçan de batel que servia de partir as agoas
do rio”.
Como
puede observarse en este relato, el portugués calculaba con una cierta
exageración que el puente emeritense contaba con más de 70 arcos, prueba de la
profunda admiración que le ocasionó. Destacan dos datos en la descripción del
clérigo portugués: en primer lugar, que en su descripción recoge la existencia
de las ruinas de una torre en la parte central, de la que no quedan evidencias
pero cuya realidad también conocemos por las fuentes árabes (Morán 2009); en
segundo lugar, la cita de la existencia del tajamar que, obviamente, indica que
quedaban los suficientes vestigios del mismo como para que pudiera efectuar su
correspondiente identificación.
Gaspar
Barreiros señala que el puente romano terminaba junto a la fortaleza de Mérida,
que daba al río, y cuya construcción mostraba ser obra de godos y moros, pero
se percataba de que “se aproveitam d´ellas posto que desorde-nadamente, entre
os quaes chapiteis vi aguns corinthios”. Y también sobre todo, a la distancia
aproximada de una legua de la ciudad, se hallaba una “Albufera” o laguna
artificial de grandes dimensiones y desde la que, a su juicio, partían
conductos de agua romanos en dirección a la ciudad. Se trata obviamente del
llamado embalse de Proserpina (Fig. 3).
Porque,
naturalmente, entre los restos romanos más importantes de la ciudad se
encontraban los acueductos, acerca de los que se han recogido más datos dentro
de otras numerosas descripciones de los siglos siguientes (Fernández Casado
2008). “D´estes aquaaeductos aparecen muitos arcos alevantados –mencionaba Barreiros en su obra sobre los acueductos–
junto da cidade â ponte do rio chamado Albarrêgas, cuja continuaçam vaidiante e
fica atras per os campos abalisada por vestigios dos dictos arcos. Avia outros
per onde vinha há agoa a dicta cidade de hua fonte qu´esta mea legoa de Merida
em hum valle chamado oje valle de Mariperez”. Las enormes dimensiones de las obras de fábrica de conducción del
agua también están bien reflejadas en los dibujos de Anton Van der Wingaerde
(Fig. 4), que como señala Morán Sánchez (2009) “dibuja los monumentos antiguos
sin la distorsión que producen los edificios más modernos, para reflejar esa
grandeza pasada, no la realidad de ese presente”.
Los
conductos de agua romanos llegaban a la ciudad, y según descripciones de
autores árabes finalizaban en una gran cisterna; según reflejaba uno de ellos,
los arcos se hallaban colocados en círculo y en su parte alta se abren unas
cañerías desde la que se vierte el agua en un estanque de mármol blanco de
cuarenta codos de perímetro, cayendo desde una altura considerable (Molina
1983: 63-64). Todavía en el siglo XVI de este magnífico dispositivo de un
posible Ninfeo quedaba a la vista la fuente, de la que Barreiros hace una
pequeña descripción (Fig. 5).
El
teatro romano, las Siete Sillas, siempre formó parte de la imagen más
representativa de los restos romanos de la ciudad de Mérida. La construcción
del monumento se debió a la actuación de patronazgo de Agripa, si bien la
escena es con toda probabilidad uma obra ya de la época de Adriano. Gaspar Barreiros
identifica bastante bien el conjunto monumental, nombra el edifício del teatro
con el nombre de Siete Sillas, y toma de los habitantes de Mérida la
creencia de que procedia de la presencia de siete reyes moros: “outro edificio
pegado com à cidade, á que chamam comummente as Sete Silhas; e nas sei que
patranhas costa ó povo de sete reis mouros que n´esta cidade se ajuntavan.....
como soi d´este theatro julgado por cousa tam differente do que e ou do que
sos, em que os Emeritenses representaban sus ludos e spectaculos, ô qual tem
forma de hum hemicyclo digo isto por causa dos que viran, os de Roma, de Verona
et de Puzzol em Italia”.
Como
puede bien observarse en su descripción, Gaspar Barreiros no confunde el
teatro, como sí hacían por el contrario los autóctonos que consideraban que se
trataba del anfiteatro, y de hecho, lo compara con los modelos itálicos
conocidos por él. Este error de los emeritenses de creer que el monumento
comunmente conocido como las Siete Sillas era un anfiteatro va a ser muy
corriente a lo largo de toda la Edad Moderna, pero entre otros, el viajero
español Antonio Ponz, en el siglo XVIII, ya le dará su auténtica identificación:
“se reconocen muy bien en el de Mérida las caveas, cuneios, precinciones,
asientos y otras partes. Su construcción
es solidísima de piedras quadradas. Se entraba a la orchestra por dos puertas o
vomitórios que se comunicaban por unos callejones a la frente del grueso
semicírculo” (Ponz 1784: 119-120). Así pues, Gaspar Barreiros más de doscientos
años antes que Ponz ya había identificado correctamente el edifício de Siete
Sillas como teatro, e indicaba que el mismo tenía los arcos caídos por
tierra y las gradas desgastadas.
Por
el contrario, el anfiteatro de Mérida es confundido por Gaspar Barreiros con
una naumachia para espectáculos acuáticos, de nuevo en un error que fue muy
corriente en la época. No cabe duda de que el portugués reflejaba sus datos a
partir de lo observado personalmente, pero también de la opinión que le daban
los habitantes de la ciudad. Innegablemente, el recorrido cercano de canales de
agua, incluida la propia cloaca que transcurría debajo de parte del graderío
del teatro, facilitaba la interpretación del anfiteatro como una naumachia
(Fig. 6).
Como
hizo Moreno Vargas y otros muchos autores, también Antonio Ponz creería
posteriormente que el anfiteatro emeritense era una naumachia: “casi no
descubre en el día sino su figura oval y su largo se reputa de cerca de
cuatrocientos pies. También está reducido su ámbito a garbanzal, como el
teatro. Se ignora que altura tuviese desde el plano hasta las gradas: éstas
tenían sus precinciones interpuestas, como en los teatros, con vomitorios y
conductos por donde se introducían las aguas” (Ponz 1784: 120). Sin embargo
Ponz en el siglo XVIII ya identificará muy bien el circo que no aparece
expresamente considerado en Barreiros.
En lo que respecta al arco comúnmente llamado
de Trajano, Barreiros indicaba lo siguiente: “dentro da cidade, junto da igreja
de Sanctiago sta hum arco de canteria singelo, á que os da terra chamam arco
triumphal. E nam somente enganou esta opiniam a muitos presentes, mas tabem
algus passados.... me disseram em Merida se acham alguas medalhas antigas, as
quaes tem de hua parte huas letras que dizem Emerita Augusta e no reverso hum
arco, o qual segudo
parece ser este de que tractamos”. Como puede observarse, el autor portugués
todavía no atribuye dicho arco a Trajano. Pero Barreiros se extiende en una
extensa y prolija discusión acerca del carácter original de este arco, que en
Mérida presumían altivamente que era un “arco triunfal”. Sin embargo, el
erudito portugués rechazaba esta idea mencionando que este arco no tenía ni
esculturas, ni inscripciones, ni siquiera grandeza en la propia obra de
fábrica. Por otra parte, Gaspar Barreiros añadía erróneamente que en realidad
los arcos triunfales no existían fuera de Roma.
En
suma, estamos de acuerdo con Morán Sánchez (2009) cuando concluye que “el
testimonio de Barreiros es de los más ricos de esta época” y que, pese a cometer
algunos errores, identificaba bastante bien los restos. En este sentido, la
atención prestada a Mérida por Gaspar Barreiros es una clara muestra de cómo en
el siglo XVI los monumentos romanos de Mérida, por su grandeza y también en
parte por su estado de conservación, impactaban en visitantes eruditos. En este
sentido, la obra del clérigo portugués marca un hito importante en la
construcción del conocimiento sobre la arquitectura monumental de la antigua Augusta
Emerita."
BIBLIOGRAFÍA:
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