1.
Estudio de su actuación en las fuentes historiográficas islámicas y cristianas
Abd
al-Raḥmān bn. Marwān bn. Yūnus al-Ŷillīqī al-Māridī, oriundo de Mérida como
indica su gentilicio, descendiente de una familia de muladíes (cristianos
conversos al Islam) que en el momento de la conquista de la ciudad en el 713
d.C./94 H. se refugiaron en el noroeste peninsular. Sus antepasados le trasmitieron
esta genealogía a sus descendientes, encontrándose nuestro protagonista
reflejado en la historiografía andalusí, como uno de los rebeldes muladíes más
sobresalientes con los que se encontraría el emirato omeya en las últimas
décadas del siglo IX/III (Martínez, M. R., 1904: 56-76).
Estatua de Ibn Marwan en la Alcazaba de Badajoz
Su padre había desempeñado el cargo de ‘āmil (gobernador) de Mérida durante un
breve periodo de tiempo en la década de los veinte del siglo IX, bajo el
emirato de ‘Abd al-Raḥmān bn al-Ḥakam,
donde hallaría la muerte en el transcurso de una revuelta protagonizada por
elementos muladíes, beréberes y cristianos de la ciudad, que de común acuerdo y
contrarios a la política emanada desde Córdoba, se movilizaron contra el poder
establecido (Ḥayyān; 2001: 55).
Décadas más tarde, el joven ‘Abd al-Raḥmān bn. Marwān acompañado de
los también muladíes, Ibn Šākir y Makḥūl Ibn ʻUmār, incitaron a la revuelta a los
habitantes de Mérida contra el emir Muḥammad
y los intereses omeyas en el año 868 d.C. /254 H. Ante estos sucesos la
cancillería omeya se movilizó, partiendo el emir de Córdoba con dirección a
Toledo, otra ciudad levantisca, pero en el trayecto varió el rumbo hacia
Mérida, circunstancia que no esperaban sus habitantes a los que asedió
duramente y, destruyendo en la refriega un pilar de su famoso puente romano,
obligó a sus moradores a solicitar el amān (rendición). Como represalia ante
esta nueva insurrección protagonizada por los emeritenses ―recordemos que con ésta eran ya más de doce las insurrecciones en el
transcurso del siglo IX/III―, el emir por medio del
gobernador nombrado al efecto, Sa‘īd bn
‘Abbās al-Qurašī, ordenó derribar la otrora inexpugnable muralla de la
ciudad, no dejando más que la alcazaba para el alojamiento de los gobernadores
de la kūra o provincia, como bien ha quedado reflejado en la historiografía
islámica y en los restos materiales hallados en las excavaciones de la ciudad
(Alba, 2001: 293).
...tomó el gobierno de la ciudad Saʽīd Ibn
ʽabbād al-Qurašī, que
mandó derribar la muralla y no dejó más que la alcazaba para alojamiento de
los ‘ămiles que allí fueran (Bayān
II, 100).
En sus días fue destruida y arrasada
la ciudad de Mérida, que desapareció hasta los cimientos... (ḏikr, 1983: 157).
Imagen de Área Arqueológica de Morería donde se aprecia la destrucción de la muralla
Una vez se hubo pactado la rendición de la
ciudad, ‘Abd al-Raḥmān bn. Marwān y
sus colaboradores, junto a sus familias fueron trasladados a Córdoba donde entrarían
al servicio del emir integrándose en el ejército omeya (Ibn ‘Iḏārī, Bayān II: 100).
Establecido en la capital del emirato
parece que en un principio las cosas no le fueron del todo mal, según se
desprende de las fuentes que no mencionan ningún incidente al respecto. Hasta
que en una ocasión tuvo un enfrentamiento con el poderoso qā’id Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz, que llegaría a humillarle en público
delante de la tropa, profiriendo las siguientes palabras: “el perro es mejor que tú” golpeándole a continuación en el cogote
(Ibn ‘Iḏārī, Bayān II: 102). Por
estos acontecimientos se puede deducir que ‘Abd
al-Raḥmān bn Marwān y los suyos, al ser muladíes y no árabes de raza, se
sintieran discriminados en el seno de la administración omeya, por lo que
tomaron la decisión de abandonar Córdoba y proseguir con su vida de rebeldes.
Se refugiaron en la kūra de Mérida en
el transcurso del año 874/261, donde recibirán a cientos de partidarios
muladíes e incluso algunos elementos beréberes, unidos contra la aristocracia
de origen árabe que les dominaba (Ibn Al-Qūṯiyya, trad., 88).
qā’id Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz
En este estado de cosas los seguidores de
Ibn Marwān se refugiaron en algún
lugar fortificado situado a mitad de trayecto entre Córdoba y Mérida, el
denominado en las fuentes árabes como ḥiṣn
Ṭalŷ, situado con
toda probabilidad en un cerro próximo a la población cordobesa de Los Blázquez,
conocida como Tolote (Del Pino y Carpio, 1998: 179 y ss). Por la descripción
que el autor de la crónica hace de este pasaje, que habla de árabes y bereberes
y de tres días de camino, este emplazamiento fortificado en alto se sitúa
bastante cerca del itinerario oficial que une Córdoba con Mérida (Curso Alto
del río Guadiato). Desde este asentamiento se dedicaron a arrasar la región y a
todas aquellas qurà (alquerías)
próximas que profesaran obediencia al emir de los creyentes. El cronista del
siglo XI Ibn Ḥayyān nos ha dejado buena cuenta de ello en su Muqtabis II/1,
1973: 320-397:
“atacaron a la gente de la obediencia del
emir por todo el camino y nāhiya (región), aniquilando lo que existía. Derribaron la vigilancia del poder, los
despojaron de sus monturas, vestidos y enseres. Hicieron igual entre árabes y
beréberes, reuniendo para sí, en tres días, quinientos caballos, sobre los que
dispusieron a sus hombres de a pie y así pudieron hacer sus asuntos. La gente
tuvo miedo de ellos, se refugió en los ḥuṣūn e imploró auxilio al poder de
Córdoba”.
Ante esta situación el emir Muḥammad y el qā’id Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz salieron con el ejército hacia ellos.
La historiografía recoge como los seguidores de ‘Abd al-Raḥmān bn Marwān y muchos de los renegados del iqlīm de
Mérida buscaron refugiaron en el ḥiṣn o
qal´at al-Ḥanš (Alanje), y en Ŷalmāniyya
(Jorumenha, a S.O. de Badajoz en territorio portugués), con el
también rebelde muladí Makḥūl b. ʻ Umār, al no poder refugiarse en la otrora inexpugnable capital del Guadiana
por carecer de defensas tras la última rebelión citada. El castillo de Alange
se conserva todavía en parte en lo más alto de un cerro, desde donde se divisa
la comarca de Mérida de la que dista 18 km, situándose a sus pies la población actual
(fig. 1). Este estratégico lugar fue elegido por los seguidores de ‘Abd al- Raḥmān bn. Marwān y sus tres
hijos, Muntasir, Marwān y Muḥammad, por su inexpugnabilidad. Al
tener conocimiento del elevado número de combatientes que se dirigían hacia sus
posiciones, pidieron ayuda a Sa‘dūn bn
Gār, conocido por al-Surunbāqī,
cliente y amigo de Marwān al-Ŷillīqī,
uno de los muladíes más valientes y temibles de su época según nos han
trasmitido los cronistas al servicio de la dinastía omeya de al-Andalus. Las
fuentes nos narran que era “astuto y
sagaz, atrevido y arrogante, poseía todas las cualidades del hombre orgulloso,
cuyo corazón no conocía el temor ni el miedo... Su tumba está entre el
Tajo y la ciudad de Coimbra”
(Ḥayyān, Muqtabis III, 178).
Una vez
iniciado el asedio del ḥiṣn o qal´at
al-Ḥanš el emir vio como única táctica verdaderamente efectiva, el privarlos
de agua, por lo que los sitiados se las tuvieron que ingeniar para resistir: “Excavaron pozos en el interior de su
castillo y les deparó Allāh, en ellos, agua dulce y corriente próxima a donde
estaban, cuando ya habían pensando rendirse y se volvieron por ello a la
oposición. Construyeron muros en los pozos, que los protegían de los ataques y
levantaron sobre ellos pesados maderos revestidos de piel de vacuno. Excavaron
galerías subterráneas para traer las aguas y frecuentaban aquellos pozos por
aquellas galerías. Y las catapultas se balanceaban insistentemente sin dejar de lanzar de día y
de noche. El emir se esforzó sobremanera para impedir la aparición del agua e
incitó a sus hombres a derribarlos, pero no fue posible en ninguno de los pozos
cercanos a la fortaleza. Sin embargo, por los constantes ataques de la
catapulta, les apresó mucha gente que perseveraron sobre su negativa y lo
combatieron”.
Restos conservados del ḥiṣn al-Ḥanš, Alange (foto: el autor,
año 2011)
Después de tres meses de duro asedio,
durante el cual los sitiados tuvieron que comer la carne de sus propias
monturas, además de pasar grandes calamidades, los seguidores de Marwān al-Ŷillīqī solicitaron el amān, que les fue
concedido de manera inmediata. A
continuación el emir «le permitió que se
fuera a Badajoz y se estableciera en ella; la cual era entonces una aldea»
(Ibn ‘Iḏārī, Bayān II: 105).
Ahora bien, resulta
un tanto insólito que después de todo lo ocurrido, el emir tomara la resolución
de concederle la qarʻya (alquería) de Badajoz para que se instalase, sobre todo si
tenemos en cuenta que era una petición personal de al-Ŷillīqī, principal promotor de la rebeldía y abanderado de la
causa muladí en el occidente. Por mucho que este esgrimiera en sus razones el
abultado número de su progenie y las dificultades que ello le acarrearía para
poder sobrevivir. Sin duda el emir Muḥammad
I debía mantener un alto grado de amistad con nuestro protagonista para
ceder de este modo a las peticiones de quien había osado enfrentársele desde
años atrás, y no conducirlo nuevamente preso a Córdoba.
En cuanto a la
citada alquería, esta es la segunda vez que aparece en la historiografía árabe
un conjunto de casas con el nombre de Badajoz ―Baṭalyws―, la primera vez
figuró como consecuencia de la persecución a que se vio sometido el rebelde Maḥmūd bn ‘Abd al-Ŷabbār por las tropas
del emir ‘Abd al-Raḥmān II en el año
834/219, tras los sucesos acaecidos en Mérida que dieron con el asesinato del
padre de nuestro personaje, que como ya dijimos se encontraba al frente de la kūra de Mérida como gobernador (Ḥayyān,
2001, nota 595).
Hasta este segundo
momento no volvería a citarse dicha alquería o asentamiento rural, el cual
dependía de la jurisdicción administrativa de Mérida. Será a partir de esta
fecha cuando Ibn Marwān con el
consentimiento del emir, decida levantar una ciudad, poblarla, e invocar el
nombre del emir en las oraciones del viernes, aunque pactando como condición no
pagar contribución ni obedecer los dictámenes emitidos desde Córdoba (Valdés,
1988:144).
Como hemos
apuntado más arriba, que el emir Muḥammad
se plegase a las exigencias de al-Ŷillīqī
con la única salvedad, que el emplazamiento estuviera en el margen izquierdo
del Guadiana para de este modo tenerlo más controlado, tendría que venir
motivado por razones de peso que no pasaron desapercibidas para los cronistas
de la época. Así tenemos el incremento de la oposición indigenista encontrada
en la zona y la aparición de dos periodos de hambrunas durante los años 867/253
y 876/263, que como factores desestabilizadores de gran importancia
estimularían sin duda la aparición de disidentes (Al-Qūṭiyya, 1926:106).
Situación esta última que sería atajada en la medida de lo posible con medidas cautelares, como cuando Ibn Marwān mandó a su hijo Muḥammad y treinta de los suyos como rehenes a Córdoba
(Ibn Ḥayyān, 1973: 355), así como otras circunstancias que por ahora se nos
escapan.
Medidas que
servirían de bien poco ya que Ibn
al-Ŷillīqī no tardará en reemprender una nueva revuelta contra el poder
representado por Córdoba, especialmente contra sectores de población árabes y
beréberes, a los cuales expoliaba y saqueaba sin denuedo, no sin antes obtener
nuevamente la ayuda del rebelde muladí procedente de Coimbra Sa‘dūn bn al-Surunbāqī, y también con
posterioridad, la del propio rey asturiano Alfonso III, siempre dispuesto a
infringir los mayores quebrantos a sus vecinos del sur. Debido a esta política,
no es extraño que acudieran a cobijarse bajo sus filas muchos cristianos y
muladíes de la comarca (iqlīm) y de la propia
provincia (kūra), sobre todo de la madīna de Mérida,
donde al-Ŷillīqī debía de tener no
pocos seguidores. No debemos olvidar que nuestro revoltoso personaje era
muladí, y los conversos, aunque hostiles a Córdoba, eran en su mayoría sinceros
musulmanes que sólo pensaban en sus intereses, como por otra parte también
estaba sucediendo en la frontera superior (Zaragoza) con la dinastía de
muladíes de los Banu Qāsi y, no
tardaría en producirse en las regiones más próximas al poder cordobés con los
también muladíes Banū Ḥafṣūn, provenientes
de la Kūra de Rayyā y Ṭakūrunna (Málaga).
Plano donde se refleja la crisis del emirato de Córdoba
Siguiendo con los hechos donde lo habíamos
dejado, vemos como al-Ŷillīqī y los suyos, faltando a la palabra dada al
emir, deciden fortificar el pequeño núcleo urbano (Baṭalyws) y aliarse con el también rebelde Sa‘dūn, a la espera de acontecimientos que no tardarían en
producirse. Así en el transcurso del año 262-263/875-876 el emir envió a su
hijo al-Munḏir con un cuerpo de ejército contra al-Ŷillīqī, no teniendo este otra opción que la de abandonar Badajoz
y dirigirse hacia el norte. Tras cruzar la región de Misṭāsa (emplazamiento
del mismo nombre de la tribu bereber) y atravesar el Tajo, buscó refugio en el ḥiṣn Karkar emplazamiento
ubicado con asiduidad por la comunidad científica desde que lo expusiera F.
Codera en Alburquerque, cercana población a Badajoz
(Codera,
1904: 33; Makki, 1973; Terrón, 1991: 67 y ss; Souto, 1995: 227). Aunque después
de los últimos estudios llevados a cabo en torno al espacio geográfico donde se
desarrolló la rebelión del “Gallego”, podemos
asegurar que este asentamiento en altura debía de encontrarse una vez se hubiera
cruzado el Tajo, hacia el norte, y no hacia el sur de dicho río, sobre todo si
tenemos en cuenta el lugar de Cárquere, a pocos km al Oeste de Lamego,
emplazamiento que cuenta con abundantes restos materiales de época romana y
visigoda (Manzano, 1991:198 y ss; Velho, 1981: 273).
También se alude por parte de estos
autores al alto índice de islamización que había en la zona y al poblamiento
tanto bereber como muladí que habitaba este territorio, y que podemos ubicar en
la región próxima a Coimbra, entre los ríos Duero y Mondego. Es más, parece del
todo lógico que nuestro personaje se refugiara en estos lugares buscando las
fragosidades del terreno, bastante alejado de las bases de operaciones de los
ejércitos emirales, donde según se desprende de las fuentes escritas, eran territorios
bastante mal controlados por la administración central y que en poco espacio de
tiempo volverían a albergar acontecimientos similares. En este escenario es
donde resistiría las embestidas de las tropas afines al estado omeya sufriendo
muchas perdidas, pero fracasando las mismas en la tentativa de tomar el poblado
fortificado en altura.
Como consecuencia de la
inexpugnabilidad de esta fortaleza, el qā’id del ejército Hāšim bn ‘Abd al-‘Azīz, ―el mismo que
humillara a Ibn Marwān años atrás en
Córdoba delante de los visires del emir―, se encaminó hacia el ḥiṣn Munt Šalūṭ (Monsalude), en el concejo de Ferreira do Zézere,
próximo al río del mismo nombre, afluente del Tajo por la derecha (Velho, M. 1981: 270 y ss), para asegurarlo ante el peligro de
amenaza que representaba Sa‘dūn al-Surumbāqī. Aunque en este
aspecto hay autores que lo sitúan en la Sierra de Monsalud (Terrón, 1991: 69-70; Pérez,
1992: 292-293) no muy alejado de la capital pacense, donde se ubica el actual
castillo de Nogales, pero que al estar al sur del Guadiana contradice en buena
medida la lógica, al desvirtuar lo expresado en las fuentes y la anterior huída
emprendida por Ibn Marwān hacia el
norte (Muqtabis III, 361; Manzano, 1991: 194-195). Ante este estado de cosas al- Surumbāqī,
que se hallaba en
las proximidades de Coimbra, solicitó la ayuda de Alfonso III que en los
últimos años había adelantado sus fronteras hasta más allá de la orilla
izquierda del Duero. En ese momento el ‘āmil del ḥiṣn Munt Šalut comunicó a Hāšim
que se presentaba una oportunidad única para apresar a Sa‘dūn, cuando en realidad había sido éste último el que había
engañado a los enviados del emir, aparentado tener pocos efectivos (Codera,
1904: 19). Las tropas del qā’id cayeron en la trampa y fueron derrotadas en una
emboscada en terreno montuoso, donde el propio Hāšim fue hecho prisionero y enviado a Oviedo. Este permanecería
cautivo por espacio de dos años hasta que se pudo pagar su rescate, cifrado
según Ibn al-Qūṭiyya en 150.000
dinares de oro, y así poder regresar a Córdoba (Ribera, 1926: 74). Testimonio
también recogido por la historiografía cristiana de la época en la Crónica Albeldense
(1985: 247): «..que presentado a Alfonso
en Oviedo, al redimirse después, entregó en rehenes dos hermanos, un hijo y un
sobrino, hasta que pagó el Rey cien mil
sueldos de oro»
Acontecimientos
todos ellos que sin duda incitarían a la rebelión en muchas regiones de
al-Andalus, especialmente en el mismo corazón del emirato.
En
ese mismo año del 263/876 uno de los hijos del emir, al-Munḏir, se dirigió hacia
Mérida, la cual había caído un año antes en manos de Ibn Tāŷīt, de la tribu bereber de los Maṣmūda, debiendo pactar algún acuerdo entre ambos para enfrentarse
a Ibn Marwān, el cual se vio obligado
de nuevo a abandonar Badajoz, que quedó en manos del qā’id de al-Munḏir, al-Walid bn Gānim. Parece ser
que este gobernador había sido ‘āmil de Sevilla, y en su breve estancia en
Badajoz se encargaría de destruir las pocas edificaciones con que contaba la
ciudad (Souto, 1995: 228, nota 117).
Siguiendo
en este punto al historiador cordobés Ibn
Ḥayyān, vemos como el siempre levantisco Ibn Marwān no tuvo otra opción que buscar refugio con los suyos en
las cercanas Sierras no muy alejadas de la antigua población de Egitania,
actual Idanha ha Vella, comarca que conocía perfectamente al haber estado allí
refugiado con anterioridad, como ya dijimos (muqtabis II, 1973: 380).
“salieron
de allí y residieron en la región del Tajo, se hospedaron en el monte Amaya,
conocido por Amāya Ibn Marwān, elevado castillo en el oriente de la ciudad de
Amaya que está en ruinas y situada junto al rio Sabīr, donde permaneció”
Como señala Bueno Rocha (1992: 92), Amaya se correspondería con el municipio romano de Ammaia, y el nuevo asentamiento se situaría hacia mediodía, en el actual castillo de Marvão, derivado de Marwān, como atestiguan los textos conservados acerca de estos sucesos (fig. 2). También el río Sabīr de la crónica es el actual Sever en territorio portugués.
Emplazamiento fortificado en altura de Marvão (Portugal) (foto: el autor, año 2003)
Su
permanencia en este emplazamiento sería breve, pues no tardaría nuestro rebelde
personaje en tener que abandonar este lugar ante el acoso a que se vería
sometido por los habitantes de la zona, la mayoría de clara procedencia bereber
(Barānis), aunque se llegaran a
puntuales pactos que inmediatamente eran rotos por las tribus norteafricanas.
De este tronco étnico era la tribu de los Maṣmūda,
que se había asentando en Mérida con la connivencia del poder cordobés un año
antes, desplazando a los bereberes de la tribu kūtama establecidos con anterioridad, junto a los escasos miembros
de la comunidad mozárabe y muladí que quedaban en la otrora pujante madīna.
Ante esta situación, y ante el continuo empuje
de las tropas emirales, al-Ŷillīqī no
tuvo otra opción que la de acogerse a la protección del monarca asturiano
Alfonso III, quien lo establecería en torno al año 263-4/877-8 en una fortaleza
situada a N.E. de Coimbra y que las fuentes denominan como ḥiṣn B.t.r.l.s.h. (Bitra Lusa), identificada con la actual Pedra da
Lousa, próxima al Duero portugués (Ḥayyān, Muqtabis II, 383) y no muy alejada
del ya mencionado emplazamiento de Cárquere. Sa‘dūn bn al-Surumbāqī por su parte, se estableció en la nāhiya de
Oporto, probablemente bajo la protección del monarca asturleonés Alfonso III.
Ambos líderes muladíes se dedicaron durante un tiempo a devastar las regiones
comprendidas entre las medinas de Coimbra y Santarem, hasta que en un
enfrentamiento con Alfonso III, Sa‘dūn
debió encontrar la muerte hacia el 880/267 (Codera, 1904).
Esta
manera de actuar de los rebeldes muladíes, como la del monarca asturleonés, nos
ofrecen una idea de cómo de fluidas podían llegar a ser las relaciones entre
las distintas comunidades de los dos reinos. Y como ha puesto de manifiesto en
repetidas ocasiones E. Manzano (1991:181), se podría vislumbrar una frontera
muy permeable de “lealtades imprecisas” donde no existía inconveniente en aliarse o enfrentarse, entre lo que se ha
venido en denominar en cierta historiografía como “enemigos irreconciliables”,
ofreciéndonos en este caso un ejemplo más de lo que T. Glick (1997:295) ha
definido como «la no-existencia de una oposición permanente entre el ámbito
cristiano y el islámico», haciendo hincapié, por el contrario, en la existencia
de una «frontera ecológica, bien diferenciada, pero en absoluto
cerrada».
Resulta
indudable que en la región donde se estaban desarrollando estos
acontecimientos, las relaciones entre ambos reinos serían de lo más normal para
la época, no sólo en el intercambio de personas e ideas, sino también en el
continuo trasiego de productos manufacturados de todo tipo, como se está
poniendo de manifiesto en los hallazgos cerámicos y en las influencias
arquitectónicas y escultóricas del noroeste peninsular (Caballero, 2003: 171).
Mientras
tanto en el resto de al-Andalus la situación para el emir Muḥammad I iba torciéndose
inexorablemente, sobre todo en los años finales de su reinado que se prolongaría
hasta el momento de su fallecimiento, acaecido en el 879-886/265-272. Si bien
en la Frontera
Superior (ṯagr al-a‘là)
se estaba en la vía de apaciguar la situación permitiendo a la familia de
origen árabe de los Tuŷībíes
instalarse en las fortalezas de Daroca y Qal`at
Ayyūb (Calatayud), para de este modo contrarrestar la actividad contraria
de la dinastía muladí de los Banu Qāsi.
Sin embargo, en el corazón mismo del emirato, iba a dar comienzo la rebelión de
Ibn Ḥafsūn, la cual
repercutirá nefastamente en la política centralizadora de los siguientes emires
cordobeses.
Pasados unos años, hacia el
879-880/266, se van a desarrollar unos hechos que van a ser trasmitidos
documentalmente, tanto por los cronistas cristianos al servicio de los monarcas
asturleoneses, como por los musulmanes al servicio de los omeyas. La
historiografía musulmana ha cargado las tintas contra el rebelde muladí como
consecuencia de los pactos mantenidos con el monarca cristiano (‘Iḏārī, Bayān
II: 103):
«Se separó de la comunidad de fieles,
protegió y frecuentó a los cristianos
prefiriéndolos a los musulmanes»
Especialmente cuando éste atacaba territorio
de la Dār
al-Islam, saqueando aldeas y puntos
fortificados y dejando tras de sí un reguero de sangre y ruina.
«Más tarde nuestro
rey [Alfonso III], en son de guerra contra los sarracenos, movió su ejército y entro en
España en la era 919 (881). Y marchando así por la provincia de Lusitania, saqueando
las plazas de los Nafza ―con probabilidad el actual
despoblado de Vascos―, pasando ya el río Tajo avanzó hacia los confines de Mérida; y llegando a diez millas de Mérida, pasó el río Guadiana y
alcanzó el Monte Oxiferio » (Crónica Albeldense, 1985: 251-252).
Este
Monte Oxiferio es también recogido en la Crónica Najerense
(Estévez, 2003, nota 171), situado en nota por el autor de dicha edición en
Sierra Bermeja, monte que dista alrededor de 8 km a NE de Mérida, aunque se
encuentra antes de llegar al mencionado río. En la citada sierra se encuentra
desde tiempo inmemorial una finca denominada de “La Encomienda del moro”,
dispersándose por sus alrededores un gran número de restos materiales, entre
ellos ruinas de varias construcciones que los propios del lugar denominan como
“de las mezquitas”. Esta misma incursión
del monarca Alfonso III por la Frontera Inferior (ṯagr al-adnà) no
pasaría desapercibida para los cronistas al servicio de la dinastía omeya, como narra Ibn Ḥayyān en su muqtabis II (Makkī, 1973: 396), recogido de ʻĪsā al-Rāzī :
«En el año 266/880-881, salió Alfonso Ibn Urdūn rey de Ŷillīqiyya con un odioso ejército de cristianos y en él iba el prevaricador ‛Abd
al-Raḥmān Ibn Marwān al-Ŷillīquī, que le había solicitado asilo y hospedaje en su
tierra, y querían hollar el país del Islām. Parecía que se dirigía a Toledo, cuando atravesó el puerto segundo y el otro, cruzó el río Tajo y mandó a sus guías rectificar hacia la Kūra
de Mérida, país de Ibn Marwān.
Avanzó la caballería hacia el ḥiṣn Dūbal, en las cercanías de Badajoz a unas
quince millas, en el que se había refugiado mucha gente del iqlīm Kala, lo asedió hasta conquistarlo, cautivó a
su gente y mató a muchos musulmanes de su guarnición, Dios tenga misericordia
de ellos».
Como podemos advertir por esta descripción, se hace
mención de una fortificación con el apelativo de Dūbal, y por el contrario no hay referencia alguna al Oxiferium
Montem de la historiografía asturleonesa, por lo que podemos deducir que
el lugar de la escaramuza se identificaría con el topónimo de Los Adobales, cerca del término
de Nogales y próximo a la ciudad de Badajoz (Makkī, 1973),
aunque en dicho asentamiento no hallamos encontrado restos materiales algunos
de consideración. En cuanto a la mención de dicho monte por la historiografía
cristiana, todo parece indicar que el interés principal era el de citar un
lugar o hito geográfico tras haber cruzado el río Guadiana, como medio de
magnificar la hazaña, o cuanto menos señalarlo como un promontorio de
características míticas o inolvidables. Hay que tener en cuenta que es la
primera vez que un monarca asturleonés en una razzia había logrado alcanzar una
distancia tan alejada de sus posesiones territoriales. No olvidemos que ya
habían transcurrido cerca de doscientos años de dominio andalusí sobre estas
tierras y las corrientes milenaristas sobre el fin de al-Andalus estaban
marcando una impronta que se verían reflejadas en la ideología historiográfica
de la cancillería Astur-leonesa. En cambio, por la otra parte hay que considerar,
que los cronistas al servicio de la cancillería omeya nada describen al
respecto sobre este accidente geográfico, cuando la riqueza de detalles de la
historiografía musulmana era mucho más rica y pormenorizada que la cristiana,
por lo que la mención de dicho emplazamiento debía ser secundario, cuando no
anecdótico.
Será
a partir de este momento, según narran las crónicas musulmanas, cuando se
inicie la ruptura entre al-Ŷillīqī y
Alfonso III, como consecuencia de un enfrentamiento entre ambos por lo sucedido
en territorio musulmán, especialmente por la matanza cometida contra miembros
inocentes de la misma creencia religiosa que la de nuestro rebelde líder muladí
(muqtabis III, Makkī: 397).
A raíz de los hechos expuestos, nuestro protagonista decidirá volver a sus
“dominios” y entablar nuevamente negociaciones con el poder emiral, en esta
ocasión con uno de los hijos del emir Muḥammad
I al que conocía muy bien de cuando su estancia en Córdoba, el príncipe ʻAbd Allāh.
Transcurridos unos cuatro años desde
los últimos acontecimientos acaecidos en el noroeste peninsular ―de los cuales
no tenemos noticias de consideración en toda la región―, ahora se va a producir
un suceso durante el mes de junio de 885/272, donde el príncipe ʻAbd Allāh, heredero al trono omeya, se
dirigirá nuevamente hacia el oeste de al-Andalus contra Ibn Marwān.
Al tener conocimiento de la proximidad de este ejército procedente de Córdoba,
huyó de Badajoz, encaminándose hacia la franja más meridional de la kūra de Mérida. Así, ascendiendo el
valle del Guadiana, buscó refugio en el monte de al-Šīrgīra o Šīr‘īra (Acijara), que distintos autores interpretan y
sitúan, como el propio nombre indica, en algún lugar invadido por las aguas del
actual pantano de Cíjara (Pérez, siguiendo a Terrón, 1992: cita 264 en p. 165),
y no muy alejado de Aŝbarraguzza
(Esparragosa) en la comarca de la
Serena, donde también era situado por el arabista e
historiador francés Lévi-Provençal (1987:195).
En
esta comarca es muy probable que encontrara también apoyo en la persona de ʽAlī ibn Lubb, compañero y rebelde de
origen muladí, señor de la zona de Guadalupe, como señala Ibn Ḥayyān en su
muqtabis II (Makkī, 1973: 380-1, nota 609), de la que pudo quedar el topónimo ―wad Lubb
“río de Lubb (Lobo)”―, voz de raigambre latina frecuentemente usada en
al-Andalus y prolíficamente ilustrado en las fuentes árabes (al igual que se ha
perpetuado el antropónimo Marvão, derivado de Marwān, como hemos señalado
más arriba).
Con
posterioridad a estos episodios nuestro protagonista regresará a Badajoz, tras
el nombramiento como emir del príncipe ʻAbd
Allāh,
con el que pactará su estancia en la madīna no sin antes exigir una serie de prerrogativas, como la de
registrar a su nombre todo lo que poseía, prometiendo a cambio lealtad y
obediencia. Demandas que le fueron concedidas por el nuevo emir con tal de
cerrar definitivamente este frente y centrar todos sus recursos en la
insurrección que ‘Umar Ibn Ḥafṣūn estaba
desplegando en buena parte del valle del Guadalquivir.
«Baṭalyaws
...la construyó ‘Abd al-Raḥmān bn Marwān conocido por al-Ŷillīqī con la
autorización del emir ʻAbd Allāh, quien puso a su disposición un número de obreros y capital. ‘Abd al-Raḥmān comenzó por la construcción
de la mezquita, de ladrillos y cal, salvo el alminar, que fue especialmente
hecho en piedra, se reservó en su interior una maqṣūra. También construyó una mezquita particular en el interior del
ḥiṣn,
y también los baños en la puerta de la ciudad. Permanecieron los obreros con él
hasta que fueron edificadas un número de
mezquitas. Fue levantada la muralla de Badajoz de tierra...» (Pérez, 1992,
pp: 67, nota, 84). Testimonio no sólo recogido en las fuentes historiográficas
(al-Ḥimyarī, edic, Maestro, M.ª, 1963: 98; Ibn al-Qūṭiyya, edic, Ribera, J., 1926: 74), si no que
también se ha visto refrendado por las excavaciones arqueológicas llevadas a
cabo en el interior de la alcazaba de Badajoz (fig. 3), concretamente en la
antigua catedral de Santa María de la
See, levantada justo encima del oratorio descrito más arriba,
y que después de un detenido estudio de los restos, no ofrece lugar a dudas
sobre su ubicación y orientación
religiosa (Valdés, 1999: 267-290).
Panorámica de Badajoz donde se aprecia con bastante nitidez la alcazaba. Plano de
1658 depositado en el Krisarkivet (Archivo de Estocolmo)
Después de haber alcanzado tan
ventajoso pacto, dejó de incordiar al poder central, y los otrora compañeros
muladíes de Ibn Marwān también se
establecieron en diferentes medinas y núcleos fortificados del occidente
andalusí. Uno de sus inseparables, desde los primeros momentos de las revueltas
después de más de veinte años de luchas,
Ibn Šākir, se instaló en el ḥiṣn Jodar (topónimo no identificado en el espacio
geográfico objeto de este trabajo). Por su parte Bakr b. Yaḥyā b. Bakr conquistaría la medina de Santa María de la
región de Ukšūnuba, próxima a la
actual Faro, reedificándola y dotándola de amplia fortaleza (Sidarus, 2001:
160-167). Estas circunstancias no tendrían como efecto el alejamiento entre ellos,
sino todo lo contrario, favorecieron el contacto permanente con al-Ŷillīqī y con los
seguidores de éste, protegiéndose mutuamente cuando la ocasión así lo requería,
y teniendo como enemigo común a ʻAbd al-Mālik b. Abū
al-Ŷawād que ocupó la medina de Beja (Bāŷa) y la
alcazaba de Mértola. Todos ellos tomaron como partido el de los muladíes,
aunque esto no fue impedimento para que tuvieran continuos roces con el último
de los líderes muladíes anteriormente citado (al-Muqtabis III, edic. Guráieb,
1950: 172).
Por
contra, los esporádicos contactos con líderes de procedencia bereber no
significarían a la postre un acercamiento entre ambas comunidades, situación
que motivaría sin duda, a nuestro parecer, una diferenciación clara en la
elección y asentamiento practicado sobre el territorio. De modo que las tribus
bereberes se instalaron en zonas de Egitania (Idanha) y Coria, así como en la
propia Mérida y en la franja más meridional del territorio emeritense. Así
tenemos a los Banū Tāŷīt de
la tribu bereber de los Maṣmūda, que
procedentes de Coria se asentaron en Mérida hacia el 876/263, los Banū
Farfārin
de la tribu de los Hawwāra, afincados
en la cercana Medellín desde finales del siglo anterior, desde donde dominaban
gran parte del Iqlīm de la Serena y, los Banū al-Faraŷ
de la tribu Miknāsa, que poseían un
extenso territorio situado entre los cursos medios de los ríos Guadiana y Tajo
(Franco, 2005: 45-47). En cambio, el dominio territorial de los rebeldes
muladíes se extendía más hacia septentrión (Franco, 2004:173), en una franja
que iría de Badajoz en dirección a Coimbra, y hacia el sureste de la Extremadura actual,
así como buena parte del Alentejo y franjas del Algarbe portugués (Sidarus,
2001: 165 y ss) .
Por
último, ya en el postrer año de vida de Ibn
Marwān al-Ŷillīqī (889/276), se producirán una serie de enfrentamientos en la Kūra
de Sevilla, al igual que venía sucediéndose en la mayor parte de al-Andalus,
que daría como resultado la insurrección de líderes árabes locales junto a
conocidas tribus bereberes de la zona, lo que motivaría la respuesta tanto de
los muladíes como de los cristianos. En medio de esta refriega cuyos intereses
chocaban con los de Córdoba, tribus bereberes procedentes de Mérida y Medellín,
se encaminaron hacia el norte de Sevilla en busca de botín, devastando los
campos y aldeas, además de sumir en la ruina a muchos propietarios y provocar
una total inseguridad en todo el territorio. En este estado de cosas también
hizo acto de presencia ʻAbd al-Raḥmān b. Ibn
Marwān desde
Badajoz, con un potente ejército que acampó muy cerca de Sevilla (Mora),
saqueando sus inmediaciones sin encontrar a nadie que le opusiera resistencia y
volviendo sobre sus pasos una vez hubo logrado su propósito (al-Muqtabis III,
Guráieb, 1953: 156-159).
También por esta fecha, el gran
historiógrafo de origen andalusí Ibn
Jaldūn (Machado, 1961: 347), fija el relato de cómo el líder de la causa
muladí en el centro de al-Andalus, ‘Umar Ibn
Ḥafṣūn, solicitó la amistad y cooperación a al-Ŷillīqī para derrocar al emir
ʻAbd Allāh, acuerdo que
rechazaría casi con toda seguridad como consecuencia del entendimiento al que
habían llegado mutuamente no hacía mucho. Esta es la última acción realizada
por el gran líder muladí del occidente peninsular antes de su fallecimiento,
ocurrido casi con toda probabilidad a finales del 889/276 (Codera, 1904:
26-27). Tras realizar las exequias por su muerte, le sucedería su hijo ʻAbd al-Raḥmān,
que se dedicó a masacrar bereberes de su distrito antes de caer asesinado por
algunos de los suyos. No obstante hay que recordar que esta dinastía de bravos
dirigentes muladíes se perpetuaría en el gobierno de la medina de Badajoz hasta
su entrega definitiva a al-Nāsir en el 930 d.C/318 H. finalizando con ello con
la problemática de los últimos descendientes de las oligarquías terratenientes
de origen tardorromano en todo el territorio de al-Andalus (Almansa, 2000:
436).
Espacio geográfico y emplazamientos de la revuelta de Ibn
Marwān mencionados en el texto (el autor).
2.
Análisis
del personaje y del movimiento muladí en el Occidente de al-Andalus en el último tercio del siglo IX d.C/III H.
Una vez que han sido expuestos los hechos más
significativos de la vida y obra de Ibn
Marwān recogidos de la historiografía conservada, conviene hacer un estudio
de su figura y del entramado sociopolítico que le tocó vivir. Recordaremos que
el movimiento que encabezara nuestro personaje en el occidente de al-Andalus,
coincide en el tiempo y en el espacio con otros movimientos insurgentes que se
estaban desarrollando o iban a estallar a lo largo y ancho de la geografía
andalusí, en un momento en el que el poder desarrollado por las élites
políticas emirales chocaba directamente contra las pretensiones de los señores
de renta, en su mayor parte convertidos al Islam. Éstos, viendo sus intereses
perjudicados ―en muchos casos eran minusvalorados por la élite política de
origen árabe―, echaron mano de buena parte de la población descontenta por los
elevados tributos que debían entregar al erario cordobés, no encontrando otra
opción que la de hacer frente a la política emanada desde el poder central,
como por otra parte hacía ya bastantes décadas se estaba desarrollando en
Mérida, ciudad que encabezaría el número de sublevaciones contra Córdoba
durante la primera mitad del siglo IX en al-Andalus (Alba, Feijoo, Franco,
2009: 191-228).
Se
ha querido ver en las revueltas acaecidas en buena parte de al-Andalus protagonizadas
por los líderes muladíes durante la segunda mitad del siglo IX, sobre todo a
raíz de las corrientes historiográficas decimonónicas de la segunda mitad del
siglo, como en la desarrollada hasta mediados del pasado siglo, afirmaciones
que defendían o interpretaban unos supuestos valores nacionalistas que
entroncaban directamente con una primigenia herencia de la raza hispana contra
todo poder establecido (Simonet, 1903; Cagigas, 1947; Sánchez Albornoz, 1956).
Nada
más alejado de la realidad como ha dejado claramente expuesto Manuel Acién en
su ya clásica obra sobre ‘Umar Ibn Ḥafṣūn (1997), donde en
un estudio pormenorizado se hayan las
claves para profundizar en todos los movimientos protagonizados por los señores
de renta de origen romano-visigodo en el valle del Guadalquivir.
En nuestro particular repaso a las
actuaciones de Ibn Marwān al-Ŷillīqī
(86?/25?-889/276, hay que reconocer que nuestro protagonista nunca intentará
erigirse en líder de ningún movimiento para suplantar al poder emiral, por
contra al de Ibn Ḥafṣūn, aunque eso sí, premiara e incentivara a la rebelión a la
comunidad muladí frente al resto de la sociedad andalusí, como hemos podido
apreciar a lo largo de la exposición anterior.
El fin último que perseguía Ibn Marwān y sus seguidores era sin duda
el de no tener que rendir cuentas al poder central; esto era seguir con las
prerrogativas con las que la comunidad muladí entró a formar parte de la dār
al-Islam. Pero el modelo de estado cada vez más centralizado que a partir del
emir ‘Abd
al-Raḥmān II se va a imponer en al-Andalus chocaba frontalmente contra las
ventajas que disfrutaban estos señores locales, en su mayoría descendientes de
oligarquías terratenientes romanas-visigodas.
Por otra parte no debemos olvidar que
la mayor parte de la comunidad muladí no era aceptada por la aristocracia de
origen árabe dentro del seno de la administración cordobesa en el poder. De
este modo podemos entender como la mayor parte de los líderes muladíes que
entraba a formar parte de la administración, o que osaba enfrentarse a la élite
árabe, era inmediatamente injuriada y agraviada de manera pública y notoria por
ésta última. Y no porque no recibieran el apoyo de la dinastía omeya en el
poder, que hacía cuanto podía por introducir elementos muladíes entre sus
cuadros dirigentes en las franjas fronterizas, fundamentalmente en el ejército,
para de este modo poder obtener un mayor control del territorio donde este
elemento social era mayoritario.
Situación socio-política que nos puede
hacer recordar los primeros momentos del Islam en oriente, al considerar la
aristocracia árabe a éstos nuevos musulmanes como de inferior categoría y que
motivaron en el transcurso de los siglos VII-VIII/I-II multitud de revueltas, e
incluso el fin de la dinastía omeya en Oriente (Ibn
Ḥayyān, 1973: 85).
Ejemplos de estos enfrentamientos son recogidos de manera clara en los discursos
de alfaquíes y ulemas de raza árabe, que no muestran reparos en declarar la
inferioridad de los muwallādun ante
los de su raza, como ha quedado reflejado en algunos pasajes de la
historiografía dedicada al género autobiográfico de personas ilustres andalusíes
Así, en un pasaje estudiado por Luis
Molina a un destacado jurisconsulto árabe, Muḥammad b. ‘Abd
al-Salām al-Jušanī, éste expresa
su pensamiento de forma tan elocuente que no necesita más explicación:
«Su
odio hacia los muladíes y mawāli lo demostró en una ocasión en que, habiendo
tenido noticias de que unos cuantos muladíes habían sido muertos, exclamó: “han
sido aniquilados y se acabó con esa ralea” » (Molina, 1994: 345)
En
este momento de consolidación del estado y de la paulatina islamización y
arabización de la sociedad andalusí, el autor anterior describe la situación
tal y como se ha podido entrever de los hechos narrados en la primera parte de
nuestro artículo (Molina, 1994: 349): «El
factor étnico parece tener gran influencia en los enfrentamientos entre árabe y
muladíes a lo largo del siglo IX, éstos son frecuentes y; muchas veces,
encarnizados»
Otra
cuestión a tener muy en cuenta es que los muladíes, en su mayor parte,
practicaban sinceramente su nueva fe en el seno de la comunidad del Islam, por
tanto no hay que achacar ningún atisbo de vuelta a sus antiguas creencias
religiosas, y por lo que respecta a nuestro protagonista, está fuera de
cualquier planteamiento serio la hipótesis planteada por algunos investigadores
de mediados del pasado siglo (Cagigas, I, 1947: 166-169) y, aún más recientes
(Caballero y Arce, 1995: 195), sobre la creación de una nueva religión a medio
camino entre cristianismo e Islam, al querer interpretar el siguiente pasaje de
la obra de Ibn al-Qūṭiyya (Ribera, 1926: 74), como si de un alejamiento de las
prácticas del Islam se tratase:
«...hicieron alianza con los politeístas
(Cristianos del Norte) y produjeron dentro del Islām graves
acontecimientos...»
El
autor de esta crónica se refiere sin duda a los pactos sostenidos por motivos
políticos y no de índole religiosa, como se demostrará más tarde con el
abandono por parte al-Ŷillīqī de las
posesiones que tenía en territorio cristiano, como consecuencia de los
atropellos que las tropas de Alfonso III realizaron en la incursión por tierras
del Islam descrita anteriormente. A ello hay que añadir el posterior acuerdo
suscrito con el emir ʻAbd Allāh para
establecerse definitivamente en Badajoz, acuerdo que incluía invocar el nombre
de dicho emir en las oraciones del viernes (Picard,
2000: 47).
Otros
datos que vienen a ratificar la sinceridad de las conversiones de la comunidad
muladí y la progresiva islamización de sus costumbres, se recogen en los restos
de carácter epigráfico que se conservan en edificios de claro origen cristiano,
que convenientemente reconvertidos en oratorios musulmanes durante esta segunda
mitad del siglo IX, se reparten por la propia medina de Mérida (Columnas
epigrafiadas del Parador de Turismo de Mérida), como en las
inmediaciones,―basílica de Casa Herrera― y, en zonas donde se desarrollan las
correrías de los líderes muladíes ―Milreu, en Portugal―, islamización que en su
expansión abarca tanto al ámbito urbano como al rural (Barceló, 2001: 112 y
ss).
El
gran polígrafo cordobés del siglo XI, Ibn
Ḥazm, buen conocedor de la sociedad andalusí como jurisconsulto y hombre de
ciencia, comenta al respecto:
«
Todos los muwallādun, con lo numerosos que fueron, se expresaban en árabe
mediante el cual recitaban el Corán, todos se convirtieron en una nación única»
(Kitāb al-Fisal, 1985: V. I: 195).
Es
este sentido no hay que olvidar el fuerte apoyo que esta comunidad encontraba
entre los grandes propietarios, ya pertenecieran éstos al medio urbano o rural,
los cuales hacían frente a las continuas arremetidas del poder omeya, en un
intento desesperado por mantener el status pactado en el momento de la
conquista. De este modo, muestro líder muladí encontrará en este brazo de la
sociedad andalusí un importante apoyo (tanto humano como de medios) para
desarrollar sus correrías a lo largo de una extensa franja de territorio que se
extendería desde el curso medio del río Guadiana, hasta más allá del Tajo, con
dirección hacia la Sierra
de la Estrella,
y cuando era preciso su influencia se dejaba sentir hasta el Algarbe portugués
(consultar plano). De hecho llegaron a crear casi un estado semi-independiente
al poder cordobés, donde se favorecía el entendimiento entre los distintos
líderes muladíes para hacer frente, en caso de peligro, a las acometidas del poder central o de las siempre
levantiscas tribus bereberes.
Para
finalizar esta breve semblanza de la figura de Ibn Marwān, sus
seguidores, y la mayor parte de los movimientos insurgentes liderados por la
comunidad muwallādun en el seno de la sociedad andalusí durante la segunda mitad
del siglo IX, e inicios de la décima centuria, habría que señalar que ésta se
entiende no como una oposición ideológica de carácter religioso, sino de claro
sentimiento político y social de pertenencia a la sociedad andalusí, donde lo que
se buscaba era obtener y trasmitir los
mismos derechos que los otros musulmanes ―especialmente la
élite árabe―, después de su ingreso en la comunidad
de los creyentes. En una comunidad, no lo olvidemos, que después de casi siglo
y medio desde su entrada al Islam, todavía había grupos de poblamiento indígena
que se caracterizaba por su fuerte vinculación a sociedades de tipo feudal,
frente a la impuesta de orientación más mercantilista, a favor de una política
más centralizada, que basa buena parte de su economía en el intercambio
comercial y en el desarrollo de industrias artesanas.
Como señala M. Acién en su estudio
sobre Ibn Ḥafṣūn, estos movimientos insurgentes protagonizados por los
muladíes vinieron a representar “un
intento de los herederos de la antigua aristocracia para conseguir la
permanencia de su status en el momento en que sus derechos se vieron amenazados
por la presencia del Estado y la difusión de las normas de la sociedad
islámica”. Insurrecciones que a la postre fueron derrotadas e integrados
sus componentes en el seno de la sociedad andalusí, donde muchos de sus
miembros alcanzaron puestos de responsabilidad con la proclamación del Califato
por ‘Abd al-Raḥmān III al-Nāsir en el
929/316.
Una vez expuestos los hechos más
significativos del popular personaje muladí natural de Mérida, recordar que la
medina que le vio nacer será la gran perjudicada del movimiento que él
encabezaría en todo el occidente peninsular durante el último tercio del siglo
IX. De facto, la Mārida
islámica después del fatídico año del 868/254, no volvería a representar el
mismo papel de relevancia en el organigrama político-administrativo omeya que
tuvo con anterioridad, perdiendo a raíz de los acontecimientos mencionados la
capitalidad de la Marca
Inferior, y sufriendo su urbanismo un menoscabo constructivo
y poblacional del que no se recuperaría en todo el periodo de tiempo que se
prolongó el dominio andalusí en la península ibérica.
Por contra, la gran beneficiada será la
cercana medina de Badajoz, que por ironías del destino será fundada por el
propio al-Ŷillīqī, con la autorización de los emires
cordobeses, erigiéndose a lo largo del siglo X en el núcleo urbano más
importante de toda la región, circunstancia que ha perdurado en el tiempo hasta
llegar a nuestros días.
BRUNO FRANCO MORENO
Doctor en Historia Medieval (UNED)
Técnico Superior de Documentación - CCMM
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