lunes, 24 de febrero de 2014

EL MUNDO FUNERARIO EN ÉPOCA ROMANA. LOS COLUMBARIOS.

Entiende que la verdadera riqueza es tener lo que realmente se necesita para una vida feliz y averiguarás cuán fácil es satisfacerla completamente; cree, erróneamente, que la riqueza consiste en poseer todo lo que uno pudiera posiblemente imaginar y soñar, y no habrá nunca un término para tus afanes y sudores. 
Epicuro, 341-270 a.C. - Texto de uno de las cartelas
 ubicadas en el paseo arbolado de los Columbarios.


El viernes 21 de febrero, el curso de formación de los voluntarios eméritos contó con la participación de la arqueóloga del Consorcio Juana Márquez Pérez, - autora, entre otras, de la publicación "Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emerita. Serie Ataecina n.º 2. Instituto de Arqueología de Mérida, 2006 -, quien impartió una charla sobre el mundo funerario en época romana y guió posteriormente una visita al Centro de Interpretación y Área Funeraria de los Columbarios.


Los antiguos romanos creían que la muerte sólo significaba un cambio en la forma de vida. Para que el tránsito a la nueva existencia fuera posible, era necesario dar sepultura al difunto y acompañar a este acto con unos ritos. Si estos no se cumplían, el alma del fallecido vagaba errante, sin morada, causando la desgracia a los vivos y asustándolos con apariciones nocturnas hasta que daban sepultura  a sus restos y cumplían con el ritual funerario. Por ello, incluso al que moría lejos de la familia y su cuerpo se había enterrado en otras tierras, se le celebraba el ritual completo.

En época altoimperial (Siglos I - II d.C.), debido al contacto con otras culturas como la griega, el más allá se concebía como una región subterránea en la cual vivían reunidas todas las almas, lejos de sus cuerpos, recibiendo castigos o premios según su conducta en vida (Virgilio, La Eneida, libro VI).

La creencia en otra vida tras la muerte motivaba que el individuo fuera enterrado con objetos que, habiéndolos utilizado en vida, podían acompañarle y servirle en su nueva existencia: vestidos, vasijas, instrumental de trabajo, etc. Juanto a este depósito de objetos personales, se colocaban en la tumba otros objetos relacionados directamente con el ritual funerario: la lucerna que ilumina el camino al más allá, la moneda con la que se paga a Caronte, recipientes para contener alimentos o ungüentarios para los perfumes.


Antes del funeral

El ritual funerario comenzaba en la casa del difunto; la familia acompañaba al moribundo en su lecho para darle el último beso y retener así el alma que escapaba por su boca. Tras el fallecimiento se le cerraban los ojos y se le llamaba varias veces por su nombre para comprobar que la muerte era real. A continuación, se lavaba el cuerpo, se perfumaba con ungüentos y se vestía adecuadamente.

La  ley prohibía el lujo en los funerales aunque permitía colocar sobre la cabeza del difunto las coronas que hubieran sido otorgadas en vida. Siguiendo la costumbre griega, se depositaba junto al cadaver una moneda para que pudiera pagar al barquero Caronte. Éste transportaría su alma en una barca, atravesando la laguna Estigia, al reino de los muertos.

Por último, el cuerpo se colocaba sobre una  litera en el patio de la casa, con los pies dirigidos hacia la puerta de entrada; se rodeaba de flores, símbolo de la fragilidad de la vida, y se quemaban perfumes. De esta manera, el cadaver permanecía expuesto, según la condición social, de tres a siete días. En la puerta de la casa se colocaban ramas de abeto o ciprés para advertir a los transeúntes de la presencia de un muerto en el interio. Así mismo, en señal de duelo, evitaban encender el fuego del hogar.




Recreación ideal de la exposición del difunto en su casa
El funeral

Hasta finales del siglo I, el funeral se celebraba por la noche, a la luz de las antorchas, puesto que la muerte era un hecho desgraciado y contaminante. A partir de esa fecha, comienzan a realizarse durante el día, excepto los de los niños, suicidas e indigentes.

El transporte del difunto a la pira funeraria o a la tumba se realizaba colocando su cuerpo en una caja de madera abierta que, instalada sobre una parihuela en forma de camilla, era portada sobre los hombros de los familiares más próximos. Detrás marchaba el cortejo fúnebre que lo constituían el resto de la familia y los amigos a los que acompañaban, si económicamente se lo podían permitir, músicos - trompetistas y flautistas - y mujeres - plañideras - que expresaban dolor ya fuera llorando, ya golpeándose el pecho o acompañando con sus cantos el sonido de los músicos.




Recreación ideal de un cortejo funebre saliendo de la ciudad 
por una vía flanqueada por monumentos funerarios

La humatio era el rito esencial de todos los funerales. Consistía en echar tierra sobre el cuerpo del difunto o sobre parte de él, según se tratara de una ceremonia de inhumación o de incineración. La tumba se consagraba con el sacrificio de una cerda y, una vez construida, se llamaba tras veces al alma del difunto para que entrara en la morada que se le había preparado.


























Recreación ideal de una pira con la cremación de un difunto

Después del funeral. El culto al cuerpo.

Durante los nueve días siguientes al funeral se celebraban ritos que finalizaban con una comida y el sacrificio de un animal. Tanto los alimentos como la sangre de los animales se ofrecían a los antepasados del difunto (dioses Manes) y a éste mismo con la intención de divinizar su alma y situarla junto al resto de las divinidades protectoras de la familia.

El tiempo de luto para los familiares directos era de diez meses y no podían realizarse fiestas  ni utilizar adornos.

Las atenciones al difunto continuaban después de este periodo para asegurar su descanso eterno. Las ofrendas de comida (pan, vino, uvas, pasteles, frutas, etc.) y flores (sobre todo violetas y rosas) eran habituales y se hacían llegar al difunto a través de un conductor de cerámica o de un orificio situado en la cubierta de la tumba (tubo de libaciones). Cada familia realizaba estos actos el día del cumpleaños del fallecido, pero con caracter general se honraba a todos los difuntos en las fiestas Parentalia, que tenían lugar entre los días 13 y 21 de febrero. Otras fiestas, las más antiguas, en honor a los muertos, fueron las Lemuria - 9, 11 y 13 de mayo -. Durante estos días, las almas que no habían recibido sepultura rondaban las casas. El padre de familia realizaba un ritual con habas negras para alejar a estos espíritus errantes.


La memoria funeraria a través de la epigrafía

Una de las principales manifestaciones externas de las tumbas es la epigrafía funeraria. A través de ella conocemos datos de gran interés relativos al difunto: sexo, edad, origen, causa de la muerte y relación con los dedicantes. Así mismo, a través de las dedicatorias se puede reconocer su extracción  social o su poder económico. Pero, sobre todo, transmiten los sentimientos de las personas  - familiares o no - ante la muerte de los seres queridos.

Mediante la selección de lápidas funerarias expuestas en el Centro de Interpretación de los Columbarios, todas procedentes de Mérida, excepto la islámica, se trata de reflejar las constantes históricas características de este tipo de dedicatoria a lo largo de los siglos: necesidad de protección del difunto por alguna divinidad, identificación del mismo - sin que se pierda en el anonimato del grupo - mediante nombre y apellidos, edad y lugar de nacimiento. El deseo del descanso eterno en cualquier lengua y cultura, bajo cualquier fórmula, perdura hasta el presente.


Valeria Allage, de 60 años, aquí yace, que la tierra te sea ligera.
Cayo Sulpicio Superstes, hijo de Cayo, de la tribu Galeria, de 38 años, diunviro de Metellinum por tres veces. Para él, las colonias de Emerita y Metellinum decretaron, por orden de los decuriones, un lugar para su sepultura y los gastos del funeral. Aquí yace. Que la tierra te sea ligera.

Cronología: hacia el 100 d.C.


Licinio Aecus a su hijo Fundano, de 11 meses y 11 días. 
Aquí yace. Que la tierra te sea ligera.

Cronología: hacia el 200 d.C.

Aetio, siervo de Cristo, de 39 años, prescindió de su cuerpo.
...yace junto a .. de su padre .... por todos los siglos...

Cronología: 550 - 600 d.C.


En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso, éste es el sepulcro de Sabür el Hayib, compadézcalo Dios, murió la noche del jueves a diez noches pasadass de Sa' aban del año trece y cuatro cientos, y testificaba que no hay Dios sino Allah.

Reproducción de la estela funeraria de Sabur. Museo Arqueológico Provincial de Badajoz

LOS MAUSOLEOS



El mausoleo de los Voconio, de planta cuadrada, conserva su estructura completa en altura y pinturas murales de la familia Voconio en su interior, que permanece representada con todo tipo de detalles a pesar del paso del tiempo.


El mausoleo de los Julios, de planta trapezoidal y mayor tamaño que el de los Voconios. Ambos fueron construidos en el siglo I d.C., junto a la calzada que cerca de la Casa del Mitreo, salía hacia el sur.

Al sur del recinto, nos encontramos con otros mausoleos, conocidos popularmente como la "cueva del latero", por el uso que tuvo a mediados del siglo XX. 

DOCUMENTACIÓN

La concepción de la muerte en Roma, Juana Márquez Pérez
Textos: Cartelería del Centro de Interpretación de los Columbarios.
Ilustraciones: Paco Blasco. Centro de Interpretación de los Columbarios.
Fotografías: Archivo CCMM - Programa Eméritos

No hay comentarios:

Publicar un comentario