lunes, 24 de marzo de 2014

LOS MONUMENTOS ROMANOS DE MÉRIDA SEGÚN LA DESCRIPCIÓN DE GASPAR BARREIROS (1561)

Transcribimos este artículo de Helena Gonzalbes García (Universidad de Granada) y Enrique Gonzalbes Cravioto (Universidad de Castilla la Mancha) publicado en las Actas del VI Encuentro de Arqueología del Sureste Peninsular editadas en diciembre de 2013 por Javier Jiménez Ávila, Macarena Bustamante y Miriam García Cabezas.

Resumen: El clérigo portugués Gaspar Barreiros a mediados del siglo XVI realizó un viaje a  Italia sobre el que elaboró un libro. En los inicios del mismo describe lo que pudo observar en su visita a Mérida. Barreiros menciona los principales monumentos romanos de la ciudad, señalando, sobre todo, lo que los habitantes de Mérida decían de ellos. Discute muchas de esas interpretaciones.


"Gaspar Barreiros (1495 aprox. – 1574) fue un erudito y sacerdote portugués, natural de Viseu. Formado por su tío Juan de Barros, que era un gran erudito muy interesado por la geografía, por cuenta de quien viajó a Francia y a Italia a consultar documentos. Alcanzará una gran formación clásica y humanística, que desarrollará cuando se hizo sacerdote a la vuelta del mencionado viaje. Fue canónigo de Viseu y más tarde de Évora. Su gran valor intelectual lo demostrará con el rechazo de las primeras crónicas falsas (Beroso Chaldaeo, Manethon Egypcio y Fabio Pictor Romano) que comenzaron a infectar la Historia Antigua española y sobre las que publicó su volumen de Censuras sobre quatro livros intitulados em M. Portio Catón de originibus, em Beroso Chaldaeo, em Manethon Egyptio e em Q. Fabio Pictor Romano (Coimbra 1561). Mostrará así un sentido crítico que recordará más de un siglo más tarde Masdeu (Caro Baroja 1992: 70).

La principal obra de Gaspar Barreiros es la titulada Chorographia de alguns lugares que stam hum caminho…, publicada en Coimbra en el año 1561 (Fig. 1). En esta obra Barreiros describe los lugares del camino por los que fue transitando y relata el viaje realizado en el año 1546, por mandato del infante D. Enrique, a Roma para agradecer al Papa Paulo III el haber elevado a cardenal al infante. La descripción de ese camino parte de Badajoz y, pasando por Madrid, Zaragoza y Barcelona, saldrá de España por Perpiñán. Naturalmente, prescindi-mos del relato acerca del conjunto del camino y centraremos de forma exclusiva nuestra atención en la parte correspondiente a la visita a la ciudad de Mérida, y más en concreto a la percepción de Barreiros acerca de los monumentos romanos de la misma.


La obra narrativa de Gaspar Barreiros está relativamente poco manejada por parte de los investigadores en relación con Mérida, aunque es cierto que hay alguna referencia suelta en los estudiosos referida a alguna construcción singular, aunque en su día Álvarez Sanz de Buruaga (1958) integró un breve análisis en su estudio sobre los viajeros por Mérida. En cualquier caso, la obra es conocida en España sobre todo a partir de la versión española recogida en la monumental colección de viajeros de extranjeros por España y Portugal de José García Mercadal. Alguna mayor atención le ha prestado Carlos Morán Sánchez (2009) en su magnífico libro sobre las ruinas y las antiguallas emeritenses en las visiones de algunos escritores. En nuestro caso hemos trabajado con el volumen original en portugués.

La descripción de Mérida se encuentra en las pp. 13-28 de la extensa obra de Gaspar Barreiros, pero hasta aproximadamente la mitad se trata de una digresión sobre las fuentes y la antigüedad. El clérigo portugués contraponía la grandeza de Mérida en época romana con la situación de postración de la población en su época, cuando estaba reducida a muy pocos habitantes, que calcula en unos mil vecinos, afirmando que en esa época Mérida carecía de murallas, y además, sus edificios eran pobres, con la excepción de la morada de alguna familia nobiliaria. Esta visión de Mérida corresponde en cierta forma a la que conocemos por otras fuentes.

En todo caso, después de hablar del emblemático personaje de Santa Eulalia, y destacar las citas de la ciudad de Mérida por Ausonio o por Pomponio Mela, afir-maba Barreiros los siguiente: “parece cousa verisimil ser Merida fundada pouco ante da encarnaçam de nosso Señor, porque quando elle naceo, ja ó mundo stava sossegado em paz, e Octavio tinha deixadas as armas”. Después de ello pasa a describir los distintos monumentos antiguos de Mérida, que iremos recogiendo de acuerdo con sus propias palabras. Constituye un magnífico documento, como Anton Van der Wingaerde lo es en el terreno gráfico, sobre la situación de los monumentos en el siglo XVI, y acerca de la percepción de los mismos.




En lo que respecta a las inscripciones de la época romana, afirmaba Gaspar Barreiros que tenía noticias de la existencia de muchas de ellas, pero que no les había dedicado una especial atención, lo que sin duda nos impide hoy tener lecturas de piezas quizás posteriormente perdidas. Pese a todo, debemos tener en cuenta según narraba en 1551 Gaspar de Castro, en Mérida pudo ver muchas menos inscripciones de lo que esperaba, y de no buena calidad en el soporte, puesto que muchísimas de las valiosas habían sido transportadas a otros lugares, y cita el caso del conde de Osorio que se había llevado nada menos que 70 carretas, con mármoles e inscripciones, como cantera para la construcción del monasterio de Galisteo (Cáceres) (Morán 2009).

El primer monumento romano considerado por Barreiros, como no podía ser de otra forma, es el puente romano (Álvarez Martínez 1983), en la medida en la que con el cruce del río daba paso a la ciudad. El puente es obviamente una obra absolutamente espectacular por sus dimensiones, que según los estudios en la antigüedad era de unos 755 metros de longitud y tuvo unos 62 arcos. Sobre esta magna obra señalaba Barreiros lo siguiente en su obra: “esta Merida assentada en lugar campestre ao longo da riberira de Guadiana, á qual passam por hua hermosa e comprida ponte feita de mui grossas pedras de cantaria, na architec-tura da qual se conhece bem ser obra de romanos... Tem mas de LXX arcos. Iujnto â cidade quebrou, e este pedaço refezeran pouco â, torcendo á ponte per hua parte....Acima d´esta ponte avia hun Talhamar, ó qual e hum edificio feiçan de batel que servia de partir as agoas do rio”.

Como puede observarse en este relato, el portugués calculaba con una cierta exageración que el puente emeritense contaba con más de 70 arcos, prueba de la profunda admiración que le ocasionó. Destacan dos datos en la descripción del clérigo portugués: en primer lugar, que en su descripción recoge la existencia de las ruinas de una torre en la parte central, de la que no quedan evidencias pero cuya realidad también conocemos por las fuentes árabes (Morán 2009); en segundo lugar, la cita de la existencia del tajamar que, obviamente, indica que quedaban los suficientes vestigios del mismo como para que pudiera efectuar su correspondiente identificación.

Gaspar Barreiros señala que el puente romano terminaba junto a la fortaleza de Mérida, que daba al río, y cuya construcción mostraba ser obra de godos y moros, pero se percataba de que “se aproveitam d´ellas posto que desorde-nadamente, entre os quaes chapiteis vi aguns corinthios”. Y también sobre todo, a la distancia aproximada de una legua de la ciudad, se hallaba una “Albufera” o laguna artificial de grandes dimensiones y desde la que, a su juicio, partían conductos de agua romanos en dirección a la ciudad. Se trata obviamente del llamado embalse de Proserpina (Fig. 3). 


Porque, naturalmente, entre los restos romanos más importantes de la ciudad se encontraban los acueductos, acerca de los que se han recogido más datos dentro de otras numerosas descripciones de los siglos siguientes (Fernández Casado 2008). “D´estes aquaaeductos aparecen muitos arcos alevantados –mencionaba Barreiros en su obra sobre los acueductos– junto da cidade â ponte do rio chamado Albarrêgas, cuja continuaçam vaidiante e fica atras per os campos abalisada por vestigios dos dictos arcos. Avia outros per onde vinha há agoa a dicta cidade de hua fonte qu´esta mea legoa de Merida em hum valle chamado oje valle de Mariperez”. Las enormes dimensiones de las obras de fábrica de conducción del agua también están bien reflejadas en los dibujos de Anton Van der Wingaerde (Fig. 4), que como señala Morán Sánchez (2009) “dibuja los monumentos antiguos sin la distorsión que producen los edificios más modernos, para reflejar esa grandeza pasada, no la realidad de ese presente”.


Los conductos de agua romanos llegaban a la ciudad, y según descripciones de autores árabes finalizaban en una gran cisterna; según reflejaba uno de ellos, los arcos se hallaban colocados en círculo y en su parte alta se abren unas cañerías desde la que se vierte el agua en un estanque de mármol blanco de cuarenta codos de perímetro, cayendo desde una altura considerable (Molina 1983: 63-64). Todavía en el siglo XVI de este magnífico dispositivo de un posible Ninfeo quedaba a la vista la fuente, de la que Barreiros hace una pequeña descripción (Fig. 5). 


El teatro romano, las Siete Sillas, siempre formó parte de la imagen más representativa de los restos romanos de la ciudad de Mérida. La construcción del monumento se debió a la actuación de patronazgo de Agripa, si bien la escena es con toda probabilidad uma obra ya de la época de Adriano. Gaspar Barreiros identifica bastante bien el conjunto monumental, nombra el edifício del teatro con el nombre de Siete Sillas, y toma de los habitantes de Mérida la creencia de que procedia de la presencia de siete reyes moros: “outro edificio pegado com à cidade, á que chamam comummente as Sete Silhas; e nas sei que patranhas costa ó povo de sete reis mouros que n´esta cidade se ajuntavan..... como soi d´este theatro julgado por cousa tam differente do que e ou do que sos, em que os Emeritenses representaban sus ludos e spectaculos, ô qual tem forma de hum hemicyclo digo isto por causa dos que viran, os de Roma, de Verona et de Puzzol em Italia”.

Como puede bien observarse en su descripción, Gaspar Barreiros no confunde el teatro, como sí hacían por el contrario los autóctonos que consideraban que se trataba del anfiteatro, y de hecho, lo compara con los modelos itálicos conocidos por él. Este error de los emeritenses de creer que el monumento comunmente conocido como las Siete Sillas era un anfiteatro va a ser muy corriente a lo largo de toda la Edad Moderna, pero entre otros, el viajero español Antonio Ponz, en el siglo XVIII, ya le dará su auténtica identificación: “se reconocen muy bien en el de Mérida las caveas, cuneios, precinciones, asientos y otras partes. Su construcción es solidísima de piedras quadradas. Se entraba a la orchestra por dos puertas o vomitórios que se comunicaban por unos callejones a la frente del grueso semicírculo” (Ponz 1784: 119-120). Así pues, Gaspar Barreiros más de doscientos años antes que Ponz ya había identificado correctamente el edifício de Siete Sillas como teatro, e indicaba que el mismo tenía los arcos caídos por tierra y las gradas desgastadas. 

Por el contrario, el anfiteatro de Mérida es confundido por Gaspar Barreiros con una naumachia para espectáculos acuáticos, de nuevo en un error que fue muy corriente en la época. No cabe duda de que el portugués reflejaba sus datos a partir de lo observado personalmente, pero también de la opinión que le daban los habitantes de la ciudad. Innegablemente, el recorrido cercano de canales de agua, incluida la propia cloaca que transcurría debajo de parte del graderío del teatro, facilitaba la interpretación del anfiteatro como una naumachia (Fig. 6). 

 
Como hizo Moreno Vargas y otros muchos autores, también Antonio Ponz creería posteriormente que el anfiteatro emeritense era una naumachia: “casi no descubre en el día sino su figura oval y su largo se reputa de cerca de cuatrocientos pies. También está reducido su ámbito a garbanzal, como el teatro. Se ignora que altura tuviese desde el plano hasta las gradas: éstas tenían sus precinciones interpuestas, como en los teatros, con vomitorios y conductos por donde se introducían las aguas” (Ponz 1784: 120). Sin embargo Ponz en el siglo XVIII ya identificará muy bien el circo que no aparece expresamente considerado en Barreiros. 

En lo que respecta al arco comúnmente llamado de Trajano, Barreiros indicaba lo siguiente: “dentro da cidade, junto da igreja de Sanctiago sta hum arco de canteria singelo, á que os da terra chamam arco triumphal. E nam somente enganou esta opiniam a muitos presentes, mas tabem algus passados.... me disseram em Merida se acham alguas medalhas antigas, as quaes tem de hua parte huas letras que dizem Emerita Augusta e no reverso hum arco, o qual  segudo parece ser este de que tractamos”. Como puede observarse, el autor portugués todavía no atribuye dicho arco a Trajano. Pero Barreiros se extiende en una extensa y prolija discusión acerca del carácter original de este arco, que en Mérida presumían altivamente que era un “arco triunfal”. Sin embargo, el erudito portugués rechazaba esta idea mencionando que este arco no tenía ni esculturas, ni inscripciones, ni siquiera grandeza en la propia obra de fábrica. Por otra parte, Gaspar Barreiros añadía erróneamente que en realidad los arcos triunfales no existían fuera de Roma.

En suma, estamos de acuerdo con Morán Sánchez (2009) cuando concluye que “el testimonio de Barreiros es de los más ricos de esta época” y que, pese a cometer algunos errores, identificaba bastante bien los restos. En este sentido, la atención prestada a Mérida por Gaspar Barreiros es una clara muestra de cómo en el siglo XVI los monumentos romanos de Mérida, por su grandeza y también en parte por su estado de conservación, impactaban en visitantes eruditos. En este sentido, la obra del clérigo portugués marca un hito importante en la construcción del conocimiento sobre la arquitectura monumental de la antigua Augusta Emerita."

BIBLIOGRAFÍA:
 
ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA, J. (1958): “Mérida y los viajeros”. Revista de Estudios Extremeños XII: 561-573.
ÁLVAREZ MARTÍNEZ, J.M. (1983): El puente romano de Mérida. Mérida.
DURÁN, R.M. (2004): El teatro y el anfiteatro de Augusta Emerita. Mérida.
FERNÁNDEZ CASADO, C. (2008): Acueductos romanos en España (2ª ed.). Madrid.
MOLINA, L. (1983): Una descripción anónima de Al-Andalus. Madrid.
MORÁN, C. (2009): Piedras, ruinas, antiguallas, visiones de los restos arqueológicos de Mérida, siglos XVI a XIX. Memorias de Arqueología Extremeña 11. Mérida.
MORÁN, M. y RODRÍGUEZ, D. (2001): El legado de la Antigüedad. Arte, arquitectura y arqueología en la España moderna. Madrid.
PIZZO, A. (2007): “El Arco de Trajano, puerta de acceso al conjunto monumental”. En P. Mateos (ed.): El foro provincial de Augusta Emerita. Un conjunto monumental de culto imperial. Anejos de AEspA XLII. Madrid: 207-249.
PIZZO, A. (2010): Las técnicas constructivas de arquitectura pública de Augusta Emerita. Anejos de AEspA LVI. Madrid.
PONZ, A. (1784): Viage de España, vol. 8 (2ª ed). Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario